Bajo la sombra de una palmera

Bajo la sombra de una palmera

La palmera me protege con sus palmas de las inclemencias del tiempo, sobre todo, con su sombra de los rayos del sol. Pero para mantenerme en su sombra he de ir rotando en torno a su eje, así, nunca me puedo quedar quieta si quiero hallar cobijo, siempre lo he de buscar. Antes de ver a la palmera tuve que conocer; observar y preguntarme fueron la clave para reconocer a la palmera como aliada. Un día me quedé durmiendo bajo la sombra de una palmera y recuerdo que soñé…

Estaba en un árido desierto, no veía nada que no fueran dunas, montañas enormes de arena me rodeaban, a cada lugar donde girara mi cuerpo era lo único que veía. El cielo estaba completamente despejado de nubes, con un inmenso y abrasador sol luciendo justo encima de mi cabeza… parecía perseguirme a cada paso que daba. Realmente me era muy difícil caminar en tales condiciones, las gotas de sudor inundaban mi cabeza, y pronto desaparecían envolviéndose en mi ropa como si mi piel quisiera reabsorberla y así hidratarse. Continúe andando, sin saber siquiera hacia dónde me dirigía, ni qué buscaba o esperaba encontrar en mi camino; simplemente no podía quedarme parada mientras mis energías se consumían y yo perecía. Moverme era doloroso pero no había otra opción, mi cuerpo me llevaba hacia delante, paso a paso. No tengo idea de cuánto recorrí ni durante cuánto tiempo estuve caminando, sólo percibía que era una eternidad… hasta que sentí que nunca llegaría a ningún lado, que mi camino no tenía ningún sentido y dejé de andar. Mi cuerpo decidió recostarse en el tronco de una palmera, <<¡una maldita palmera!>>, pensé; <<¿Qué hacía ahí interrumpiendo que mi vida terminara?>>, no tenía aliento para contradecir a mi cuerpo, él buscaba sobrevivir y se sujetó a esa palmera como último recurso, a pesar del inconmensurable vértigo que sentía, al ver que todo el mundo se hallaba encima de mí y yo había caído en picado, (¿cómo volvería? ¿Quería volver?)… Durante mi camino vi miles de palmeras y en ninguna me había detenido antes, las observaba impasible a sus llamadas, qué podría aportarme un árbol que ni siquiera es árbol, que está tan seco y cuyos frutos son inalcanzables, cada una de ellas parecían decirme: <> Ya ni lo sabía… Supongo que estuve dormida durante mucho tiempo y fui despertando poco a poco, quizás fueron un par de años humanos, unas milésimas palmeras… Las palmeras me ofrecían su alimento y si las observaba con atención me indicaban dónde encontrar oasis e hidratarme, así fui avanzando hasta que me encontré con fuerzas para trepar por sus troncos (¿se llaman así?, nunca me lo dijeron…). Esto me llevó varios meses, y ¡lo conseguí! Abrazarme a la palmera, sentir su piel… era áspera pero no me dolía, en verdad creo que ellas me ayudaban con las palmas, unos brazos cálidos que me tiraban hacia arriba… Tengo los recuerdos un poco borrosos, pero hay algo que recuerdo muy bien, lo que sentí al estar en lo alto de la palmera: libertad; un gran sosiego en mi corazón, porque mi mente no me exigía nada, era como respirar con todo mi cuerpo. Y la vi, a la humanidad, a la sociedad, a la civilización, ¿cómo llamarlo?, vi a otros como yo y supuse que con ellos tenía que estar; era hora de regresar y vivir, con cuerpo de humana y alma de palmera, mis maestras ya formaban parte de mí.

Fue un sueño tan vívido que no logro discernir si esto que llamo realidad es sueño y lo que pienso que es sueño es mi realidad. Da igual, me calma saber que en realidad y sueño las palmeras son mis amigas.

Beatriz Moreno Amador

Licenciada en Psicología

 

 

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